• En la etapa democrática iniciada en 1983, que mañana cumple 40 años, se logró una valiosa alternancia, afirma el autor de La tradición republicana; sin embargo, el fracaso económico empaña esa conquista

  • La contundencia del aniversario redondo lo impone. Un balance de los 40 años de recuperación democrática deja, con sus claros y sus oscuros, algunas certezas y un mar de incertidumbre. La democracia electoral perduró. Sobrevivió a aquellos embates e insurrecciones militares durante los gobiernos de Alfonsín y Menem; y sobrevivió también a las distintas crisis políticas que fueron reconfigurando el sistema de partidos. “1983 abre la puerta de un milagro, porque en el siglo XX no hubo régimen con tal voluntad de duración como estos 40 años de democracia”, dice Natalio Botana, historiador y politólogo de enorme trayectoria y prestigio, autor de textos ineludibles que escudriñan la historia y la política argentina. Pero lo que perduraron, también, son las reiteradas crisis económicas que se inscriben en una declinación histórica que nos trae hasta este presente.

    “La democracia argentina está marcada por tres grandes crisis económicas. La primera es la que padecen Raúl Alfonsín y Carlos Menem antes de que Menem instaurara el régimen de la Convertibilidad; la segunda la padecen Fernando De la Rúa y su sucesor, Eduardo Duhalde, y es el colapso de la Convertibilidad; y la tercera crisis es la que estamos soportando ahora, que fue acentuada enormemente por la irresponsabilidad de la campaña electoral de Sergio Massa”, explica Botana, miembro de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas y de la Academia Nacional de la Historia.

  • «Milei es hijo de esta crisis económica. El gran desafío que se le plantea es precisamente cómo reconstruir condiciones de gobernabilidad en medio de una crisis que es de una profundidad estremecedora»

    De las crisis económicas surgen “personajes inesperados, inescrutables”, señala Botana, escoltado por una biblioteca frondosa en el mismo lugar en el que escribió todas sus obras.

    Si de la crisis económica de Alfonsín surgió Menem, y de la caída de la Convertibilidad, Kirchner (ambos desconocidos pero inscriptos en un partido histórico), de la última crisis, la del kirchnerismo, surgió un outsider como Javier Milei, líder de La Libertad Avanza, una fuerza nueva gestada en apenas dos años.

    Botana menciona al “primer populismo de Perón, un populismo inclusivo que derrotó la pobreza y abrió caminos a la movilidad social”. El drama del populismo kirchnerista es que hizo lo contrario, dice Botana, profesor emérito de la Universidad di Tella. “Produjo y aceleró la declinación histórica, fue una fábrica de pobres, una fábrica de indigentes. Y eso generó como reacción lo que se podría llamar la utopía libertaria”.

    “Milei es hijo de esta crisis económica. El gran desafío que se le plantea es precisamente cómo reconstruir condiciones de gobernabilidad en medio de una crisis que es de una profundidad estremecedora”, agrega Botana, que acaba de reeditar La libertad política y su historia (Edhasa) y en el que asoma, como en otros libros suyos, la figura de Juan Bautista Alberdi, tan mencionado durante la campaña por el presidente electo que mañana, 10 de diciembre, inaugurará una nueva etapa de la democracia argentina.

    Le propongo hacer una retrospectiva de estos 40 años de democracia que desembocan en este presente dramático. Vamos a 1983. Reconstruyamos esa foto, la del comienzo.

    El arranque de la democracia es un arranque signado por la esperanza. Se abría una historia y se clausuraba otra. Se cerraba una etapa de 50 años que fue una pavorosa crisis de legitimidad, golpes de Estado, frustraciones, fraudes, proscripciones, autoritarismos populistas y que culminó en los años 70, que fue la década más trágica del siglo XX. Una ordalía de violencia y terror recíproco. De manera que veíamos ese cierre en 1983 con una gran incertidumbre, porque todos los intentos democráticos que se habían hecho después de 1930 habían fracasado. Y lo que se logró en 1983 fue un milagro, que es contener definitivamente la irrupción del poder militar en los gobiernos civiles. Ese fue un gran punto de partida ineludible. El otro gran punto de partida de 1983, que no lo teníamos para nada claro en el momento del inicio de la democracia, fue la duración. 1983, en ese sentido, abre la puerta de un milagro porque en el siglo XX no hubo régimen con tal voluntad de duración como estos 40 años de democracia.

    «Hay que decirlo: a la democracia se llegó por juicio a los responsables del terrorismo de Estado, del terrorismo guerrillero y del terrorismo de la Triple A durante el gobierno peronista del 73-76»

    A pesar de los levantamientos militares de los primeros años, la democracia resistió, mostró resiliencia.

    Mostró una gran resiliencia sobre todo en el primer momento de la democracia, con los gobiernos de Alfonsín y de Menem, frente a las insurrecciones militares ante un proceso, además, muy original. Hay que decirlo: a la democracia se llegó por juicio a los responsables del terrorismo de Estado, del terrorismo guerrillero y del terrorismo de la Triple A durante el gobierno peronista del 73-76, a diferencia de lo que había pasado en todos los países de América Latina, que llegaron a la democracia por negociación, con el poder militar que fenecía. Esto fue una novedad extraordinaria y creo que es lo que abrió la ruta a 40 años de vigencia de un concepto mínimo de democracia. Ha prevalecido una democracia electoral plenamente realizada, con elecciones libres, transparentes, con un gran control judicial sobre el proceso y que, además, abrió paso a uno de los meollos de la democracia estable, que consiste en la alternancia entre oficialismo y oposición. Ha habido alternancia.

    En ese plano fue exitosa, no así en lo económico.

    Claro está, esa democracia ya en 1983 mostró signos de deterioro muy grandes. Hay que decirlo con dureza: la democracia argentina está marcada por tres grandes crisis económicas. La primera crisis económica que padecen Raúl Alfonsín y Carlos Menem antes de que Menem instaure el régimen de la Convertibilidad; la segunda crisis económica que padecen Fernando De la Rúa y su sucesor, Eduardo Duhalde, que es el colapso de la Convertibilidad; y la tercera crisis económica, que acentuó enormemente la irresponsabilidad de la campaña electoral de Sergio Massa, que estamos soportando ahora. Estos son tres fenómenos extraordinarios que marcan una contradicción que para mí define este proceso político, que es la contradicción entre Constitución política -esta democracia mínima que funciona tan bien- y una Constitución económica inexistente.

    Si uno lo pusiera en términos médicos podría decirse que esas tres son las grandes epicrisis de un enfermo que no deja de agravarse, que agoniza. Los 40 años están atravesados por síntomas y desajustes que se han vuelto crónicos.

    Efectivamente, las tres crisis encadenan un proceso de declinación histórica. Creo que esto tiene que ser subrayado también. Declinación histórica que está bloqueando lo que fue uno de los grandes mitos fundadores de la Argentina moderna, que como lo llamó José Luis Romero, es “la aventura del ascenso”, la movilidad social de padres a hijos, guiada fundamentalmente por una economía que daba una oferta relativa pero bastante sustantiva de bienes públicos, entre los cuales descollaba fundamentalmente la educación. Eso está bloqueado en la Argentina hoy. El ascenso desde los sectores bajos hacia los estratos medios como históricamente ocurrió en Argentina está seriamente bloqueado.

    «El electorado vio la bandera de la libertad como una forma de repudio a una política populista que mostró signos de agotamiento»

    Esta es una diferencia sustantiva respecto de otros países de América latina: en el ADN de la Argentina está la aspiración a una movilidad social ascendente. No es una sociedad resignada. El deterioro económico y social, las pujas distributivas y las demandas insatisfechas hacen que la Argentina sea un país difícil de gobernar. No es una sociedad calma.

    ¿No es una sociedad calma por qué? Porque durante la gran crisis entre 1930 y 1983 se instalaron en Argentina una serie de bienes públicos, una oferta de bienes públicos y una aspiración a mejorar la vida muy intensa. Yo creo que ese es el producto del primer peronismo, sobre todo. Entonces lo que hay en la sociedad argentina y sigue habiendo es una apetencia de ascenso muy grande. Tocqueville diría “un sentimiento subjetivo de igualdad muy grande” que está bloqueado, quebrado. Entonces lo que produce hoy ese bloqueo, en el marco de esta declinación, es una sociedad profundamente conflictiva donde, evidentemente, las demandas no pueden ser satisfechas por una economía que realmente brinde lo básico. Y lo básico que tiene que brindar es orden fiscal y orden macroeconómico, que es lo que hemos perdido desde 1983 en adelante. Lo hemos perdido definitivamente. Eso demuestra el estado de una sociedad profundamente insatisfecha que electoralmente busca salidas realmente sorpresivas, como la de (Javier) Milei. Este punto es muy importante porque es la contradicción entre expectativas sociales y rendimiento tanto del sistema económico como del sistema político.

    Uno podría decir que hay un hilo rojo que une estos 40 años que es la imposibilidad de asociar la democracia al orden macroeconómico y fiscal, a gestiones responsables y criteriosas.

    Está muy bien dicho. Esa es la contradicción que yo señalo desde hace tantos años, la contradicción entre Constitución política y Constitución económica que empecé a formular teóricamente por los años 90. Mirá la densidad del pasado. Parecía que Menem estaba instaurando una Constitución económica. Esta frustración de la Convertibilidad es fundamental para entender no solo el ascenso de la segunda crisis económica, sino fundamentalmente el ascenso del populismo con ínfulas izquierdistas del kirchnerismo. De las crisis económicas surgen personajes inesperados. De la crisis económica de Alfonsín surgió Menem. Menem era un personaje totalmente inescrutable. No se sabía quién era, venía de la lejana La Rioja, había sufrido -eso sí, con mucho estoicismo- una severa persecución del régimen militar. ¿Pero quién era Menem? No se sabía. ¿Quién era Kirchner, que venía del extremo sur, de Santa Cruz, de una provincia realmente olvidada? No se sabía. La diferencia es que estos dos personajes ignotos, esos outsiders, se producen en el esquema de un partido político dominante. Tanto Menem, en una versión de centroderecha, como Kirchner, en una fracción de centroizquierda, ambos populistas, terminan capturando con distintas orientaciones al peronismo. Este es un punto crucial porque lo que demuestra es que la crisis económica promueve tal sacudón en la sociedad que no se sabe realmente por dónde va a disparar el gran problema de los liderazgos políticos.

    Milei sería el producto de esta tercera crisis. ¿Cómo describiría su liderazgo?

    El liderazgo de Milei es muy interesante. Si lo ubicamos en dos contextos, uno de carácter planetario y otro de carácter nacional y particular, Milei es producto, en primer lugar, de la mutación científico-tecnológica que atraviesa el planeta. Esta mutación científico-tecnológica ha provocado en las democracias occidentales -aunque nosotros somos el suburbio, somos una parte de ella- una crisis de representación muy importante. El método de representación que conocimos a partir de partidos de masas organizadas está crujiendo en muchas partes del mundo y en lugares centrales. Esta novedad es colosal y, de algún modo, Milei o la gente que lo acompaña a él han sido unos maestros en el manejo de ese mundo digital de las redes. El viejo sistema de representación política, tal cual fue pensado en el siglo XVIII y tal cual fue encarnado después de la Segunda Guerra Mundial por los grandes partidos de masas, es un sistema lento, cauto, de formación interna de liderazgos, de cursus honorum. Suena un poco a paquidermo, pero era un sistema muy estable. Este sistema estalló.

    «Lo paradójico del caso es que este mensaje, por vez primera, invoca principios clásicos de liberalismo económico»

    ¿Y el otro punto?

    El otro punto es crucial: este fenómeno se incrusta en la Argentina en la tercera crisis. Lo que expresa aquí la psicología de Milei es la iracundia soterrada, la iracundia contenida de una sociedad que no da más, que se siente realmente exhausta, desamparada, que no ve rumbo, sobre todo en la juventud, y ven este fenómeno de un hombre que no tiene absolutamente nada que ver con la clase política establecida. Entonces, tenemos la confluencia de estos dos grandes procesos: un proceso histórico global y, por otro lado, la gran crisis económica sobre la cual se inscribe el mensaje de Milei. Lo paradójico del caso es que este mensaje, por vez primera, invoca principios clásicos de liberalismo económico. Toda la campaña fue hecha en nombre de la libertad. Creo que eso era simplemente la manifestación de una iracundia social mucho más negativa que positiva. Este electorado tan difuso vio la bandera de la libertad como una forma de repudio, como una forma de rechazo a esta política populista que evidentemente demostró, sobre todo con la candidatura de Massa, signos de agotamiento bastante significativos.Yo vengo hablando del surgimiento de lo que yo llamo en términos teóricos “una democracia de candidatos solitarios” opuesta a una democracia de partidos desde hace cerca de 20 años.

    Es que pasamos de una democracia de partidos a una democracia de coaliciones. Y ahora, aunque sobreviven esos partidos, hay una fragmentación enorme y el surgimiento de esta nueva fuerza, La Libertad Avanza.

    Exactamente. Es tan fuerte el impacto de las crisis económicas que te lleva a que la democracia argentina tenga cambios de orientación extremadamente bruscos, porque si no, ¿cómo entender el cambio de orientación tan brusco que tuvo el peronismo con sus dos transformaciones? Con la transformación de Menem, primero y, luego, con la transformación del matrimonio Kirchner. Bueno, el matrimonio Kirchner es hijo de la tremenda crisis económica de 2001-2002. Milei es hijo de esta crisis económica. Entonces, el gran desafío que se le plantea a este presidente electo es precisamente cómo reconstruir condiciones de gobernabilidad en medio de una crisis que es de una profundidad estremecedora.

    «Hay claramente un intento de restauración porque lo que más se asemeja a la propuesta de Milei, evidentemente, es la experiencia de Menem en los 90»

    ¿Qué lectura hace de la admiración de Milei por Menem y los años 90?

    Hay claramente un intento de restauración porque lo que más se asemeja a la propuesta de Milei, evidentemente, es la experiencia de Menem en los 90. Hasta buscaron el símbolo del nombre: poner al sobrino de Carlos Menem, al hijo de Eduardo, al frente de la Cámara de Diputados. Eso es clarísimo. El problema para mí más complicado es que el sistema institucional de la Constitución de 1994, que en parte hereda la Constitución histórica de 1853-1860, es un sistema que para Milei conspira contra la gobernabilidad. ¿Por qué? Porque este sistema de representación política lento se expresa, en nuestro país, a través de la renovación parcial, cada dos años, de la mitad de la Cámara de Diputados y del tercio del Senado, a lo cual se suma el hecho de que las elecciones de los gobernadores, a diferencia de los Estados Unidos, no coinciden con las elecciones nacionales de presidente. Los gobernadores, excepto la provincia de Buenos Aires y alguna otra, llaman antes a elecciones para preservar su territorio propio. Este es un desajuste institucional muy importante que está causando graves problemas en América Latina. Este contraste va a ser durísimo porque, por un lado, tenés un poder institucional en manos del Congreso y, por otro lado, tenés un poder electoral en manos del Presidente. Fijate lo que pasa en Perú con estas contradicciones. El último presidente, Castillo, sacó la mayoría y no duró mucho.

    Milei tendrá que construir gobernabilidad y conseguir legitimidad de ejercicio.

    Claro. Es tan conservador el sistema nuestro que cada dos años renovás la Cámara de Diputados por mitades. En Estados Unidos cada dos años se renueva toda la Cámara de Diputados, lo cual le hubiera dado a Milei una ventaja bastante mucho más apreciable. Cuando irrumpió Margaret Thatcher con una plataforma muy parecida a la de Milei, ganó todo el Parlamento británico porque el Parlamento se renueva en una sola vez. Cuando irrumpió Trump, que es un poco el admirado -lamentablemente- de Milei, por lo menos renovó la totalidad de la Cámara de Representantes. Milei, en ese sentido, está atrapado, por los checks and balances de nuestro sistema, y eso lo que demuestra es un conflicto potencial entre dos poderes: entre el poder institucional del Congreso y el poder electoral de Milei. Esto puede producir un problema de gobernabilidad. Entonces, yo creo que este diseño institucional que tiene la Argentina, para funcionar, tiene que funcionar sobre la base de la negociación y el consenso. Milei puede, evidentemente, por el envión extraordinario de su legitimidad en las urnas, proponer una ley ómnibus de cambios y modificación sustancial, pero no hay que olvidarse que tiene que gobernar durante cuatro años: tiene un solo año para avanzar con un gran programa reformista y al segundo año de su gestión tiene que afrontar una elección intermedia.

    Con una sociedad fatigada, ¿cuánto dura el tiempo de gracia? ¿Cuánto dura la “luna de miel”?

    Hay un tema muy interesante con la luna de miel, que tiene que ver con la verdad en política. Yo creo que uno de los errores más grandes que cometió Macri, que cometió muchos errores -y cometió muchos errores en esta campaña electoral porque creo que Macri es responsable de la gran fractura que aqueja hoy a Juntos por el Cambio- es que Macri con el gradualismo no asumió lo que estaba heredando. Es importante destacar el papel de la verdad en política porque todos los presidentes que asumieron después de una crisis presentaron un mundo bastante ficticio.

    Quizás él le diría que disfrazó su debilidad política diciendo que había elegido el gradualismo porque en realidad el contexto no le permitía otra cosa.

    Siempre hay argumentos. Y tenés razón en la pregunta. Yo tengo la impresión de que lo que va a buscar Milei es un poco el lenguaje de la verdad. Dirigirse a la sociedad argentina y decirle: “Vean, esta es la situación pavorosa que estamos heredando. Este es el mundo duro que enfrentamos”. En la historia del siglo XX hay ejemplos muy terminantes. Claro, estoy comparando a Churchill con Milei. ¡Por Dios! ¡Un océano! El océano Pacífico, por el tamaño. Yo que he estudiado tantos años a este proceso histórico, uno se pregunta qué hubiese sido del pueblo inglés si no se le hubiese hablado con el rigor y con la crudeza que le habló Churchill: “Yo no les puedo ofrecer otra cosa que sangre, sudor y lágrimas”.

    Entonces acá hay un problema interesante: ver cómo la sociedad argentina reacciona ante este discurso de la verdad.

    Sí. Lo que sí parecería cierto es que, cuando asuma Milei, habrá un discurso de la verdad, de lo que realmente hereda. Y lo que está por verse es en qué medida este hombre puede trazar un camino y, sobre todo, buscar alianzas en el Congreso. Hasta ahora la lección que nos ha dado la elección del gabinete es una lección típicamente argentina: no ha armado un gobierno de coalición ni con Juntos por el Cambio ni con sectores del peronismo. Lo que ha hecho es cooptar. Es el viejo sistema de la cooptación argentina, que en el siglo XX con Perón alcanzó límites formidables y hasta llegó al mismo Alfonsín.

    Natalio Botana
    Natalio Botana

    ¿Es bueno o malo eso?

    Lo que sería positivo en la Argentina es que se hubiese desarrollado -y esta democracia no lo hizo- una gran cultura de la coalición política, de la coalición de gobierno, una cultura de las negociaciones y de los pactos libres y transparentes entre los partidos. Como los partidos están cada vez más disminuidos, evidentemente es el campo orégano para salir a la pesca. Y entonces nos enteramos de que Patricia Bullrich no se lleva bien con Macri y entonces termina integrando el Ministerio de Seguridad. Y (Luis) Petri va a Defensa. ¿Qué es esto? Es simplemente la cooptación de una tendencia muy importante dentro de Juntos por el Cambio que representa tanto Bullrich en el PRO como Petri en el radicalismo, pero no es una negociación abierta con el PRO ni con el radicalismo, entonces el PRO y el radicalismo se mantienen en el Congreso para apoyar o no apoyar. Eso es un signo de un déficit político muy grande.

    Acá hay una brecha enorme entre el discurso de Milei que se propone como líder de una fuerza incontaminada y el giro pragmático que debe hacer para gobernar.

    Es el drama del outsider porque el outsider llega con un argumento de pureza, pero después, inevitablemente, tiene que transar con la pureza de la política.

    Si uno analiza los miembros que ha nombrado del futuro gabinete, todos tienen una trayectoria política previa. Y ahí entramos en el problema psicológico, que es muy interesante: ¿Va a predominar el Milei iracundo de la campaña electoral o va a predominar el Milei que después de haber ganado la elección ha demostrado serenidad, capacidad de cooptación y armado de un gobierno? Viene el segundo paso: tiene que sacar leyes si quiere reformar al Estado argentino. El Estado argentino se reforma a través de la legislación. Y ahí, evidentemente, siempre está la gran tentación de los poderes ejecutivos en esta democracia, que es el gobierno por decreto.

    Deberíamos ver la transformación de un panelista de televisión o empleado de una empresa en un presidente de la Nación.

    Se tiene que transformar en un presidente de la Nación y en un hombre de Estado, si tiene realmente vocación de serlo. Y esto es evidentemente un campo de plena incertidumbre donde la historia puede dar algún que otro ejemplo. Está plagado de outsiders la historia argentina del siglo XX, pero hay un hecho que para mí es importante, que la democracia en las dos primeras presidencias, la de Alfonsín y la más larga de Menem, se constituyó porque se constituyó a partir de líderes que habían tenido participación en partidos políticos históricos. Esto ha estallado. Y ahora tenemos un presidente que se ha formado en una empresa y que evidentemente ha leído una escuela dentro de la fabulosa vertiente creativa que tiene la tradición liberal de los siglos XVIII, XIX, XX y XXI.

    Y propone una utopía libertaria de mercado.

    Lo he escrito muchas veces: una utopía libertaria de mercado que, evidentemente, atraviesa hoy la Argentina por el hecho de que la pésima política que hemos tenido en materia económica ha perturbado de una manera increíble al funcionamiento normal del mercado en cualquier democracia estable que merezca el nombre de tal. Evidentemente, cuando se producen estos fenómenos surgen utopías de imaginar un Estado mínimo y todo regulado por el mercado, cosa que no va a ocurrir y no ha ocurrido en ninguna parte del mundo. Pero lo que sí debe ocurrir en Argentina, y esto lo quiero decir con énfasis, es que hay que ajustar el Estado porque con esta malformación estatal que tiene la Argentina, es muy difícil que funcione un mercado capaz de dar sustento a una macroeconomía razonable.

    ¿Por qué cree que Milei fue tan exitoso en instalar otra agenda de debate?

    Por el agotamiento del modelo populista, un modelo que ha sido desastroso. El primer populismo de Perón tuvo éxito: fue un populismo inclusivo que derrotó la pobreza y abrió caminos a la movilidad social. El drama del populismo, sobre todo del populismo kirchnerista, es que hizo lo inverso: produjo y aceleró la declinación histórica, fue una fábrica de pobres, fue una fábrica de indigentes. Y eso generó como reacción la utopía libertaria.

    ¿Cómo describiría al gobierno que termina, el de Alberto Fernández?

    Es uno de los gobiernos más negativos en esta historia de la democracia. Un gobierno que no atinó a llevar adelante ninguna reforma profunda de las que necesita el país. Soy honesto y no voy a negar que el impacto de la pandemia fue muy importante, pero no es excusa porque pandemia tuvieron los brasileños, pandemia tuvieron los uruguayos y ahí está la república uruguaya de pie y ahí está la economía brasileña de pie. Así que ahí no hay excusa. Un gobierno que, evidentemente, quebró la unidad del Poder Ejecutivo: bicéfalo, no se sabía quién gobernaba, si Fernández o Cristina. Y que tuvo un remate, que es la frutilla del postre del populismo con la demagogia de Sergio Massa y que se expresa en la posición más reaccionaria que puede haber en materia económica-social: la supresión de los impuestos directos a los ingresos, aquí llamados impuestos a las ganancias. Haber avanzado sobre uno de los pocos puntos donde hay coincidencia en el mundo, que es el camino para lograr no solo un Estado competente sino un esquema distributivo competente, corona realmente una deficiencia monumental.

    Alfonsín eligió asumir el 10 de diciembre, que es el Día Internacional de los Derechos Humanos. 40 años después estará asumiendo un Presidente que dijo que no hubo una dictadura, sino que fue una guerra y que tiene entre sus filas a nostálgicos de la etapa más oscura de la Argentina. ¿Qué le genera eso?

    Simbólicamente, me perturba. Pero dialécticamente, es una reacción a lo que ocurrió durante el kirchnerismo. Porque el kirchnerismo quebró el proyecto universal de derechos humanos implícito en el gran proyecto de Alfonsín, cuando juzgó a las tres vertientes de la violencia política. Cuando el kirchnerismo enmendó el prólogo que escribió Ernesto Sábato del “Nunca Más” abrió otro camino, que fue un camino de discrepancia, que fue un camino de polarización, que fue el camino típico de la hegemonía hostil, a diferencia de una hegemonía benigna. Estos fenómenos, que me parecen muy negativos, de negar lo que pasó por el otro lado, son producto de esta dialéctica infernal. Si no volvemos al principio fundador de la democracia de 1983 en términos del valor universal de los derechos humanos, vamos a seguir en problemas porque esta dialéctica de los extremos es lo peor que le puede pasar a la democracia.