Por Jorge Lapeña
A fin de año tendremos un nuevo gobierno en Argentina con el inicio de un nuevo turno constitucional. Las internas abiertas y obligatorias del 14 de agosto inventariaron oficialmente los votos que tiene cada fuerza política; el oficialismo ya se prueba los trajes para las ceremonias solemnes de asunción; la oposición está deprimida en un cuádruple empate en torno al 10% de cada uno. Hay, no obstante una Argentina de 50 y 50. Faltan 60 días; y en sesenta días en el tercer mundo pueden pasar todavía muchas cosas. Nadie se debería poner la piel del oso sin haberlo cazado.
La única verdad es la realidad; el 10 de diciembre el gobierno que asuma enfrentará una realidad compleja. Hay muchos problemas de resolución pendiente; digamos sólo dos de los cuales se derivan muchos otros: la inflación y los desbalances del sector energético. Sobre la inflación digamos simplemente que no es sostenible: Inflación oficial del 10%; inflación real del 25% anual; incrementos de salarios en blanco por arriba de esa cifra y tipo de cambio casi fijo es un cóctel explosivo.
En el sector energético – insumo básico del proceso de desarrollo económico y social de cualquier sociedad- los desequilibrios son mayúsculos e “insostenibles”: 1) caída productiva en petróleo y en gas natural; 2) caída en la inversión de riesgo exploratoria; 3) Caída de las reservas; 4) incremento de la demanda que se debe satisfacer con importaciones fuertemente crecientes; 5) déficit de la balanza comercial energética creciente que compromete la balanza comercial; 6) inversión privada deprimida; 7) subsidios exorbitantes que comprometen el presupuesto nacional y que crecen con tasas que superan el crecimiento de los ingresos presupuestarios.
Estos problemas pertenecen al campo de lo real; deberán ser resueltos por la política real, porque como hemos dicho son insostenibles. La gran pregunta que cabe hacerse es cómo se encarará la resolución de los mismos.
Digamos que la contestación de esta pregunta nos sumerge en “un jardín de senderos que se bifurcan”: existirá siempre la tentación de la solución populista consistente en el disimulo del problema; en que no sea notado por la mayoría; en evitar los costos de la solución que pueden llevar al molesto cacerolazo; y en este caso me atrevo a decir que las consecuencias serán imprevisibles.
Existe en cambio otra alternativa: la discusión franca del problema; la apertura con modestia de la discusión; la búsqueda de acuerdos amplios – políticos, académicos, empresarios- que comprometan a todos en la solución y sobre todo a la opinión pública. Ello nos podría llevar a la adopción de una “política de estado” que en algunos años nos permita superar esta situación. Mi opinión es que enero de 2012 sería una buena fecha para comenzar a transitar este camino; lo peor que nos podría pasar es que en enero 2012 el inquilino o inquilina de Balcarce 50 se incline por la variante populista.