Año tras año nos venimos acercando a los valores críticos que no deben ser sobrepasados por las emisiones contaminantes de carácter global, es decir que afectan a toda la Tierra. Cuando tuvo lugar, convocada por Naciones Unidas, la COP-1, en 1995, los gases CO2 acumulados que rodean la Tierra llegaban a 360 ppm. Estos gases acumulados ya llegan a 415, y vienen aumentando las emisiones de cada año. Según los Paneles Científicos de Naciones Unidas, la barrera crítica que no debe ser cruzada es de apenas 450 ppm. Esta amenaza ambiental global requería una solución global con compromisos de todas las naciones, para eso se convocó la COP-26 en Glasgow.

Estas crecientes emisiones son generadas por el consumo de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas), más algunas prácticas agropecuarias y la acelerada deforestación. No es sorpresa que estos fenómenos están ocurriendo, durante el siglo XX el PBI mundial fue mayor a toda la producción acumulada, desde el inicio de la presencia humana en la Tierra hasta fines del siglo XIX. En los primeros dieciocho siglos de nuestra era, es decir, hasta la Revolución Industrial, la población aumentó al modesto ritmo de 420.000 personas por año. El aumento de la población hoy asciende a 190 veces más.

La temperatura mundial ya se ubica alrededor de 1,2 C” por encima del nivel de 1850-1900. El hielo en el Ártico ha disminuido más de un 40 por ciento en los últimos cuarenta años, disminución motivada por el incremento de la temperatura. El nivel de los océanos también viene aumentando, y podrían crecer un metro más hacia fines de este siglo. Son numerosas las islas que corren el riesgo de su desaparición. Las crecientes concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera están empujando al planeta a un territorio desconocido, ya que en la última década se han incrementado la frecuencia y la intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos, lo que ha afectado los medios de vida. El CO2 es un gas de larga vida y, por lo tanto, el nivel de temperatura persistirá durante décadas aunque las emisiones se reduzcan tardíamente; por eso se prevé que serán crecientes los fenómenos extremos, como calor intenso, más lluvias, derretimiento de las masas de hielo, subida del nivel del mar, que tendrán repercusiones socioeconómicas de gran alcance, particularmente en los países más pobres.

Las negociaciones internacionales para mitigar las emisiones contaminantesvienen registrando en los últimos años pocos avances significativos. Esta amenaza ambiental global requiere una solución global con compromisos de todas las naciones; lamentablemente la COP-26 concluyó sin haber acordado estos compromisos efectivos.

Los combustibles fósiles, cuya producción mundial debe disminuir desde ahora, deberán ser sustituidos por las energías limpias, y también por la mayor eficiencia en el consumo de energía; es crucial comenzar a transitar hacia el fin de la era de los fósiles, nacida a fines del siglo XVIII. Las inversiones comenzaron a orientarse hacia las nuevas tecnologías y la mayor eficiencia en el uso de la energía, pero para consolidar este proceso se requerirán más inversiones en investigación y desarrollo. Aquí deberán jugar un papel central los Estados, generando incentivos para impulsar las iniciativas de los sectores privados, orientadas hacia el desarrollo de nuevas tecnologías amigables con el medio ambiente. En la última década los costos de las energías renovables no solo han disminuido, sino que las inversiones en estas actividades se han multiplicado más de seis veces.

Es necesario un esfuerzo globalmente coordinado para dejar de contaminar la atmósfera. Esto exigirá inversiones en energías menos contaminantes, como el hidrógeno, y en tecnologías para reducir el consumo energético por unidad de PBI y en captura y almacenaje de CO2. No habrá necesidad de nuevas inversiones para aumentar la producción de los fósiles contaminantes. Las energías renovables, lideradas por las energías solar, hidráulica y eólica, deberían multiplicar su producción nada menos que ocho veces entre hoy y 2050.

Según el FMI, la trayectoria hacia la economía verde se fortalecería con el impuesto sobre el carbono de los combustibles contaminantes, aplicado de forma gradual y con un anuncio previo, lo que incentivaría a los consumidores de energía a consumir combustibles más verdes, por lo cual se deberían promover las inversiones verdes: inversiones en transporte público limpio, redes eléctricas inteligentes que incorporen energías renovables en la producción de electricidad y el acondicionamiento de edificios para que mejoren su eficiencia energética. La economía de mercado, basada en un sistema de precios que reflejan los deseos de los consumidores y los costos de producción, es ineficiente si no se aplican instrumentos tributarios que correspondan a estas externalidades negativas, verdaderos “costos ocultos” pero reales

La transición hacia un crecimiento sostenible exigirá nuevas políticas; por ejemplo:

*Impulsar la inversión pública en infraestructuras sostenibles, restablecimiento de tierras degradadas y conservación de ecosistemas existentes.

*Poner en práctica políticas industriales que estimulen innovaciones tecnológicas que cuiden el clima.

*Expandir los modos de transporte que permitan reducir las emisiones.

*Asegurar que las nuevas construcciones sean “verdes”, es decir, reduzcan las emisiones.

Esta década será decisiva para avanzar hacia el crecimiento sostenible. Si lo hacemos bien, podemos marcar el inicio de una nueva era de desarrollo, con mayores oportunidades para los habitantes de todo el mundo. Todo esto deberíamos haberlo decidido en Glasgow, que fue una oportunidad para encaminarnos hacia la reducción de las emisiones; esto requería un consenso claro sobre el fortalecimiento de los planes de los países para reducir las emisiones y, también, comprometer la ayuda financiera que los países ricos deberían otorgarles a los más pobres para que enfrenten los crecientes peligros del cambio climático.

Estos importantes compromisos lamentablemente no se asumieron en la COP-26; quedaron para la COP-27 de 2022, que se celebrará en Egipto, mientras la crisis climática se evidencia en forma de crecientes sequías, tormentas, deshielo de las capas polares y el recalentamiento de los océanos.

Seguimos estando lejos de lo urgente; como expresó Biden en abril de 2021: “Ya esperamos demasiado para hacer frente a estas crisis climáticas, no podemos esperar más”.